domingo, 9 de diciembre de 2012

"El Capital" de Costa-Gavras

Hoy me he despertado pronto después de haber salido ayer al cine, actividad cada vez menos frecuente por desgracia, y haber visto una buena película: El capital. Habrá algunas que piensen que no descanso ni los fines de semana del puente, pero realmente es una película que hace pensar a pesar de su ritmo arrollador y su terminología algunas veces un tanto petulante.


La idea que subyace en el fondo es muy sencilla. ¿Dónde reside realmente el poder en este sistema de democracia capitalista? ¿En el poder político o en el económico? ¿Realmente los líderes políticos tienen margen de maniobra frente a los poderes fácticos de los mercados? Son preguntas fáciles de responder. Sin embargo, después de responderlas, nos embarga una sensación de apatía, desánimo e impotencia al darnos cuenta de que al ser parte del sistema, y al haber fundamentado nuestra escala de valores en el tener más que en el ser, no somos capaces de reaccionar ante los ataques de este enfoque basado en la doctrina puramente liberal que está condenando a la extinción el modelo de cobertura social que hasta hace bien poco considerábamos era intocable.
Por eso, sinceramente creo que no avanzamos nada en la resolución del problema, solo buscando culpables y responsables de la crisis, porque en el fondo, sabemos que TODOS Y TODAS somos un poco responsables, ya que cada uno en mayor o menor grado, participa de este sistema basado en valores tan humanos y tan poco humanitarios como la codicia, el consumismo, el afan de acumular riquezas o la insensibilidad social y la falta de empatía. Creo que más bien deberíamos aprovechar esta crisis para poner en valor otra forma de pensar y de vivir al margen del mercado. Perderíamos una oportunidad de oro si esta coyuntura no nos sirve para fortalecer el sentimiento de lo público, y no tanto en el sentido del funcionariado o la titularidad pública, sino más bien el sentirnos parte como individuos únicos e irrepetibles e irremplazables de un ente global más fuerte, una sociedad a la que cada cual aporta en función de sus capacidades y de la que recibamos en base a las necesidades, poniendo por encima del bienestar individual el bienestar colectivo.
Si no somos capaces de dar este giro, mucho me temo que estaremos condenados a vivir en múltiples guetos de morlocks y elois, incapaces de cohabitar en un mismo espacio, de espaldas unos de otros, sin darnos cuenta de lo que estamos perdiendo por no intentar sumar en vez de dividir.