Estoy enfrascado en la lectura "El sueño del celta", última obra de Vargas Llosa, cuya prosa envolvente te arrastra a la "finca" que el rey belga Leopoldo II se apropió en ese continente que tanto ha sufrido la avaricia y el saqueo colonial. La "finca" en cuestión es nada menos que uno de los países más extensos de África, el Congo (actualmente, República Democrática del Congo), donde la explotación, el abuso, la mutilación y toda clase de prácticas que deshumanizan cualquier conciencia quedaron plasmadas en el informe que escribió el protagonista del libro, Roger Casement.
Siempre es bueno tener presente la historia no tan lejana en el tiempo, pero de repente me asalta una duda, y es que igual ese tipo de prácticas no están tan erradicadas... ahora ya no se llama colonialismo, sino simplemente capitalismo. Ahora es el libre mercado el que asigna los recursos, aunque para obtenerlos se violen las más elementales esencias del ser humano (ya no me atrevo ni siquiera a hablar de Derechos Humanos)
El papel que ayer jugaba el caucho en el mercado mundial, hoy lo juega el coltán, pero los actores somos los mismos. Ayer no me preguntaba de dónde salía el material con el que se hacíen esos neumáticos que revolucionaron los transportes a principios del siglo XX, y hoy no me pregunto el coste real de cambiar de móvil cuando a la compañía de la cual soy cliente cautivo le apetece. La clave está en eso, en NO PENSAR.
Igual si hay una cosa que ha cambiado. Antes, cuando la verdad salía a la luz y se denunciaban estas masacres, la opinión pública se revolvía, pedía explicaciones a los responsables, la prensa se movilizaba... ahora las noticias tienen fecha de caducidad y nos hemos vacunado contra la sensibilidad.
No puedo evitar deprimirme al ver lo poco que hemos evolucionado como seres humanos.