domingo, 22 de enero de 2012

La doctrina del shock


Acabo de ver el documental que emitió La 2 de TVE el viernes de hace un par de semanas y me surgen un par de reflexiones: Los acontecimientos que sacuden el mundo pueden ser o no fortuitos. Está claro que un terremoto, huracán o tsunami no se pueden provocar. Una guerra, atentado o crisis económica o política, sí. Pero de todas maneras, lo importante no es el hecho en sí, sino las consecuencias que ese hecho provoca y el impacto que tiene en el tejido social. El tsunami de Indonesia no tuvo nada que envidiar al de Japón, acompañado este último de la mayor crisis nuclear desde Chernobyl, mas no se pueden comparar las consecuencias. Después de un siglo XX tan convulso, donde el poder de las ideas ha sido demonizado y nos ha convertidos en seres extremadamente pragmáticos a los que nos da miedo defender una ideología concreta por el riesgo que se corre de perder un statu quo que creemos estable, se ha preparado el caldo de cultivo ideal para el triunfo de la maquinaria manipuladora que pretender desmantelar el estado, la conciencia social y la solidaridad no solo como valor ético, sino como fundamento totalemnte necesario para lo propia supervivencia.
Hoy en día, quien se atreve a convocar una huelga, aparece crucificado por aquellos que consideran que el trabajo no es un derecho, sino un privilegio, y por ende la huelga también. Asistimos incrédulos al mayor recorte económico en los presupuestos públicos, que pone en crisis la capacidad del propio estado de asistir a los ciudadanos de esos servicios esenciales que considerábamos eternos. Permanecemos impasibles cuando vemos ganar elecciones a políticos corruptos y nos invade una certeza criminal de impotencia.
Como decía un gran amigo, los peores muros no son físicos, sino mentales. La mejor manera de superar un obstáculo, es no pensar que no se puede hacer, pero se nos ha olvidado.
Ahora entiendo por qué cuando hablamos de la crisis en clase, en esos maravillosos grupos de chavales entre 16 y 18 años, las caras se tornan grises. Nadie bromea ni se atreve a ser optimista ante un futuro cada vez más plagado de borrascas imprevisibles. Y lo peor es que desde mi posición, yo mismo contribuyo a potenciar esa depresión colectiva, explicando los fundamentos de este sistema económico tan endeble como una hoja en otoño...(en el fondo disfruto viendo cómo se sorprenden ante la extrema fragilidad del mercado financiero, confieso)
Pero por encima de todo, hay que tratar de contextualizar los acontecimientos. Ayudar a que tomemos conciencia real de lo que ocurre a nuestro alrededor y, como dice Naomi, salir afuera a exigir que los cambios que se hagan, estén al servicio de unos intereses más elevados que el simple servilismo y clientelismo al que nos tienen tristemente acostumbrados.
...y si un día tenemos que madrugar un poco más por la huelga en el metro, o nos retrasan la cita en el ambulatorio por movilización del personal sanitario... pensar que estamos contribuyendo a que mañana no seamos nosotros quienes pasemos sorpresivamente a engrosar las filas de la exclusión